lunes, 23 de junio de 2014

Real Fábrica de Artillería de La Cavada



Fue fundada por Jean Curtius, industrial de Lieja y proveedor de los ejércitos españoles en Flandes, tras varios años de litigios con el Señorío de Vizcaya primera alternativa de localización de la fabrica.
En un principio, a partir de 1616 aprovecha la ferrería de la Vega sobre el rio Miera y empieza a construir las fraguas, hornos, carboneras y muros exteriores del complejo fabril de La Cavada. Es el 9 de julio de 1622 cuando una Real cédula aprueba un generoso contrato que garantizaba a Curtius el monopolio de la fabricación de números productos. Para su trabajo se traen de Flandes numeroso oficiales fundidores. La localización de la fundición respondía a criterios de aprovisionamiento de materia prima en los bosques cercanos, a priori inagotables, el caudal abundante y regular del encajado rio Miera durante seis a ocho meses al año (diferente al de la actualidad y en su mayor parte modificado por la propia actividad de deforestación de los montes producido por las fábricas de la cabecera del Valle del Miera), la existencia de canteras cercanas de piedra refractaría, arenas y arcillas para los moldes, las cercanas salidas de los productos a los astilleros de Camargo y el puerto de Santander en el Mar Cantábrico y la proximidad a minas de hierro, canteras y tierras de arena y barro, asi como la abundante mano de obra. Desde el inicio de la actividad las fabricas de Lierganes y La Cavada llevaban seis tipos de clientelas principales para su producción militar, la marina de guerra española, el ejercito, las fortalezas en plazas peninsulares y de ultramar, los armadores de la marina mercante y de corso, también las exportaciones a otros países, siempre que no fueran enemigos de la corona, sino amigos y confederados de ella, prefiriendo siempre amigos vasallos y súbditos fieles.
En 1617 se contrata la construcción de dos altos hornos llamados San Francisco y Santo Domingo. Sus calderas median 6,30 metros de alto mas 11 metros de foso y eso mismo año empiezan las pruebas con la llegada de 40 oficiales fundidores traídos de Flandes junto con sus familias. El conste de todos estos trabajos y el mantenimiento de los flamencos ascendía a 100000 ducados y Curtius apremia la confirmación del consejo de Estado para que le confirmen los privilegios de fabricación de artillería de hierro, municiones y otra manufacturas. La confirmación llega por Real Cedula en el año 1622. El retraso de los pedidos y la delicada situación de sus empresas en Flandes llega a Curtius a la ruina y en 1628 se ve obligado a ceder sus derechos a un consorcio integrado por gente hábiles para los negocios, introduciendo nuevas innovaciones tecnológicas en años posteriores.
La fabrica alcanzo desde 1635 y 1640 una alta producción fruto de la demanda de armamento de la monarquía española con el fin de mantener a la España de Felipe IV como gran potencia europea. Se fundieron en este periodo un total de 930 cañones de calibres superiores, 195000 balas, 4010 bombas y 850 granadas.


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